EPÍLOGO.

Veinte años después.

Las cosas entre Ana y Pablo no resultaron lo que ambos querían. Desde que pasaron dos años de la trágica muerte de Carlos, todo empezó a complicarse entre ellos. Discutían, volvían a estar juntos, discutían y volvían a estar juntos, hasta que se dieron cuenta de que su relación debía de terminarse por el bien de los dos.

Al cabo de un año, Ana conoció a un chico, Bruno. Empezaron a salir juntos y decidieron que era hora de comenzar algo más serio. A los veinticinco años decidieron casarse.

Pablo, después de su ruptura con Ana, se sentía la persona más desgraciada de este mundo. Nunca volvió a conocer a una chica como Ana y, aunque estuvo saliendo con muchas, ninguna era como ella. A partir de ese momento dedicó su vida a la medicina y lo relacionado con ella.

Sara conoció a una persona que le hacía mantener los pies sobre la tierra. Ya se conocían de hace muchos años, desde que se conocieron mantuvieron el contacto en todo momento. Más tarde comenzaron a quedar y decidieron comenzar una relación seria. Y, aunque Álvaro consiguió el corazón de aquella difícil muchacha, Sara nunca se olvidó de Carlos. Todas las semanas iba a su tumba a colocarle un nuevo ramo de flores que ella misma recogía del jardín de su casa. Ese pequeño pelirrojo marcó una nueva etapa en la vida de Sara y, gracias a él aprendió una valiosa lección.

La única pareja del grupo que seguía intacta era la de Noelia y Mario. Tenían sus discusiones como cualquier pareja normal, pero siempre sabían como solucionar los problemas. Al cabo de unos años Noelia consiguió ser pediatra y cumplir su sueño de cuando era pequeña y Mario logró ser ingeniero. Se casaron y formaron una familia. Y desde entonces pueden decir orgullosos que, cada día, cada mes y cada año que pasaba en sus vidas, se querían más y mejor.