SOBRE EL BLOG:

Hola a todos/as:
En este blog encontraréis un libro que he escrito yo misma. Amor, traiciones y amistad se esconden en este libro.
¡ESPERO QUÉ OS GUSTE! :) :)

sábado, 18 de agosto de 2012

Capítulo 17.




17. TÚ HICISTE QUE EL AMOR MÁS BONITO, SOLO FUESE UN MITO.

A veces en la vida, no todo sale como una persona desea. Esa es una lección que tarde a temprano todo ser humano acaba aprendiendo.
En un minuto, la vida de una persona puede pasar de feliz a un estado que nadie recomienda. Por ejemplo, cuando hablas con un amigo y le quieres contar algo pero, no has utilizado las palabras ni los modos correctos, vuestra amistad puede perderse o solo pasar un bache. Pero, cuando la persona que ha hecho daño se arrepiente de ello, ve que ya no hay marcha atrás, que la vida no se puede rebobinar, que lo hecho, hecho está, que has perdido los más preciado en este mundo. Un amigo.
También, esto puede pasar con las personas a la que amas. Contarle lo que sientes, en ocasiones puede ser terrible y en otras acaba siendo tu pareja. Si ocurre lo primero, te arrepientes toda tu vida de habérselo contado. Lo peor de todo es, que si la persona de la que estás enamorado es tu mejor amigo o amiga, vuelves a perder otra amistad que nunca volverá a ser la misma.
Este era el caso de Carlos que, ahora sentado en el asiento de un autobús, bajo la lluvia, volvía a la casa de los padres de Jorge a recoger todas sus cosas y largarse de allí.
No podía para de pensar en ella. Le daba lo mismo sus gritos y su bofetada en la cara. La quería. Sara era su vida y, en unos segundos deseo desaparecer de la de su amiga en la que, ahora, era casi invisible.
Era la última parada. Carlos se bajó y anduvo dos manzanas hasta la casa de los padres de Jorge. Se detuvo delante de la puerta y, con los nudillos de la mano, llamó a la puerta. Abrió un chico alto, de pelo castaño y con unos grandes auriculares colocados en el cuello.
-¡Carlos!- le dijo dándole un abrazo- ¿dónde estabas? ¿Estás bien?
-Sí, estoy bien- le respondió el desaparecido- estaba por…por ahí.
-Todos estábamos muy preocupados por ti.
-¿Todos?
Pablo miro a Carlos a los ojos durante un instante y acabó por desviar la mirada.
-Sara aún sigue durmiendo, no ha podido preguntar por ti.
-Ya. Aunque estuviera despierta, dudo mucho que hubiese hecho tal cosa.
Pablo no quería seguir hablando más del tema.
Carlos entró en la casa con la intención de buscar a Noelia que, seguramente, ella habría leído el papel.
-Pablo, ¿sabes dónde está Noelia? Necesito hablar con ella.
-Esta en su habitación, con Mario- le dijo Pablo- yo que tú, llamaba antes de entrar- finalizó en chico con una carcajada. Carlos no se inmutó ante la ingeniosa frase de su amigo.
-Gracias- acabó diciendo Carlos finalizando la conversación.
Pablo se quedó de pie en el salón, observando como su amigo subía las escaleras en busca de Noelia.
Lo notaba raro, distante, no era el mismo Carlos de siempre. Y así era. Desde aquella noche en el hospital, Carlos no había vuelto a ser el mismo. Veía las cosas de un moda completamente distinto a como las veía antes y, por culpa de lo que Sara le dijo, se había convertido en una persona fría y, como pensaba Pablo, distante.
Acabó de subir la escaleras cuando encontró al puerta de la habitación de Mario y, también suya, entreabierta. Asomó un poco la cabeza para poder ver si había alguien dentro.
Las cosas de Mario estaban recogidas y ordenadas, no como las suyas. Estaban mezcladas y esparcidas por el suelo.
Carlos entró en la habitación sin hacer el menor ruido posible. Cerró la puerta y se adentró un poco más en la habitación. Se paró en seco al ver que, en su cama Sara dormía como un bebé. A Carlos se le humedecieron los ojos. Aún le dolían las palabras de la chica, esas palabras que, en el pequeño corazón de Carlos serán imborrables.
Avanzó unos pasos hasta llegar a un lado de la cama donde Sara dormía plácidamente. Tenía la cara mirando hacia el lado de la cama donde Carlos se había sentado y tenía la mano derecha, casi cerrada, encima de la almohada.
Carlos se quedó mirándola y, de manera que ella no se despertase, le apartó un mechón de pelo de la cara.
No podía odiarla por como le había tratado en el hospital y tampoco debía, ella no sabía lo que decía. Estaba impactada por la noticia de la muerte del bebé.
Carlos se puso de pie para abandonar la habitación y reunirse con Noelia hasta que, por segunda vez, se volvió a parar en seco y se miró la muñeca de su mano izquierda. Llevaba tres pulseras; la primera fue un regalo de sus padres por terminar la secundaria, la segunda se la hizo en el famoso campamento de hace tres años y la tercera se la regaló Sara cuando cumplió los diecisiete años y, desde entonces nunca se la había quitado, hasta ahora. Desató el nudo que hacía que la pulsera estuviera sujeta a la muñeca, volvió al lado de Sara y, con mucho cuidado abrió un poco más la mano de la chica y depositó en ella la pulsera de manera que, al despertase, la encontrara. Le volvió a cerrar la mano y se despidió de ella dándole un beso en la frente. Ahora sí, abandonó la habitación.
Salió del cuarto. Anduvo por el pasillo y se plantó delante de la puerta de la habitación de Noelia. Llamó con los nudillos de su mano derecha y entró en el cuarto. Dentro estaban, sentados en la cama, Ana, Pablo y Noelia. Al lado, de pie, estaba Mario con los brazos cruzados. Todos miraban fijamente al recién llegado. Carlos sospechaba lo que iba a pasar.
Noelia se levantó de su sitio en la cama y se acercó a su amigo con un papel en la mano. Probablemente el papel que Carlos dejó en la encimera de la cocina.
-¿De verdad te vas a ir por lo que pasó?- le preguntó Noelia entregándole el papel doblado.
-¡Os lo vuelvo a repetir por enésima vez!- les gritaba Carlos-que ella lo es todo para mí. ¿Cómo te sentirías, Noelia si Mario te hubiese dicho todo lo que Sara me dijo a mí en el hospital?
Noelia no respondió al instante.
-Si eso pasase de verdad, me sentiría como tú o, incluso peor- le explicaba ella- pero si que nunca me voy a sentir así porque sé que Mario nunca me diría eso. Y si alguna vez lo dijese, no sería consciente de lo que me estaba diciendo. Y eso es lo que le ha pasado a Sara, ella no sabía lo que decía y, por mala suerte, la pagó contigo al igual que la pudo pagar con cualquiera de los que estamos aquí.
Carlos no había pensado en eso. Solo tenía en la cabeza razones negativas por las cuales Sara la había dicho eso aquel día; que le odiaba por haberle contado sus sentimientos o por haberle dicho que había perdido al bebé en el accidente.
-No te vayas- le dijo Mario rápidamente.
-Es lo mejor que puedo hacer en estos momentos.
-Piensas que a ella le gustaría que te fueras de la casa- le dijo Ana muy seria.
-Yo también pensaba que ella nunca me diría algo así y, mira lo que pasó, Ana- le dijo Carlos con tristeza.
-Carlos- le comenzaba a decir Mario- que se te meta de una vez en la cabeza que ella no sabía lo que decía ni hacía. Mi hermana estaba en estado de shock cuando se enteró de que había perdido al bebé. Lo más seguro es que ella no te quisiera decir nada de lo que te dijo, me apuesto lo que quieras.
-No te vayas, por favor- le dijo Noelia acercándose más a él.
-Sabéis que todo lo que me importa está aquí. Pero,- les decía Carlos a todos sus amigos- aparte de vosotros, lo que más me sujeta aquí no creo que me quiera ver.
-No te vayas- le repitió Ana con los ojos húmedos. Carlos fue uno de los del grupo que más le ayudó para dar el paso a salir con Pablo.
-Lo siento, pero he tomado una decisión- les dijo el chico muy decidido- iré a mi casa y de allí al aeropuerto y cogeré el vuelo hacia Nueva York donde comenzaré la universidad en septiembre.
-¿Es tu última decisión?- le preguntó Pablo asustado.
-Sí- le contestó decidido.
Carlos se acercó a Mario y le dio un abrazo.
-Cuida de tu hermana- le dijo Carlos.
-Descuida- le dijo aguantando las ganas de soltar alguna lágrima.
Miró a Pablo, se acercó y le dio un golpecito en el brazo y después un abrazo.
-Sabes que eres el mejor amigo que he tenido, no lo olvides nunca- le dijo Carlos.
Pablo no le dijo nada, le agarró del hombro y le dio un gran abrazo.
-Cuídate mucho- le acabó diciendo Pablo.
Ana no pudo aguantar las ganas de llorar y se tapó la cara con las manos.
-Pequeñaja- le decía Carlos- no llores por esto.
-Cállate- le dijo ella sonriéndole y dándole un gran abrazo- gracias por todo. No te voy a poder olvidar en la vida.
-No llores más, anda- le dijo secándole las lágrimas con el pulgar.
-Cuídate, ¿vale?- le dijo Ana.
-Lo intentaré- le dijo Carlos haciéndola sonreír.
Noelia estaba en una de las esquinas de la habitación, mirando como Carlos se despedía de todos ellos.
-Tú que, ¿no te vas a despedir de tu amigo pelirrojo?- le preguntó Carlos con una pequeña sonrisa.
Noelia se aproximó a él y le abrazó con fuerza.
Los dos siempre se habían entendido muy bien. Y ellos fueron los primeros que se conocieron, a raíz de ellos se formó el grupo.
-Conéctate al tuenti y mantenme informado de todo ¿eh?
Noelia no dejó de abrazarlo. Carlos notaba como sus lágrimas corrían por su mejilla que empapaban el cuello del chico. Carlos la agarró de los hombros y la separó de él.
-La última que quiero que llores eres tú, Noe- le decía Carlos mientas ellas se secaba las lágrimas con un pañuelo de papel.
-Ten cuidado en Nueva York no te vayas a perder que la cuidad es muy grande y tú eres muy pequeño- le dijo Noelia haciendo reír a todos sus amigos.
-Así te quiero recordar- le dijo Carlos dándole un beso en la mejilla.
Se dirigía a la puerta de la habitación cuando se giró hacia sus amigos.
-Os voy a echar mucho de menos- les dijo Carlos a todos y, antes de que se pudieran dar cuenta se había marchado de la habitación y se había alejado de sus vidas. Ya no estaba.
Carlos salió al pasillo con los dedos índice y pulgar presionándose los ojos. No podía llorar, él no.
Tenía la sensación de que se le olvidaba algo, algo importante. Se había despedido de todos menos de quien más le importaba. Sara.
Caminó hacia la habitación de la chica con la esperanza de encontrarla allí y solucionar las cosas. Llegó y la puerta estaba entreabierta, entró en la habitación y la cama estaba vacía y Sara no estaba en la habitación. ¿De verdad se iba son despedirse de ella? ¿Era tan cobarde?
Abandonó la habitación y, cabizbajo, descendió las escaleras que le llevaban a la salida de la casa. Abrió una gran puerta de cristal que daba al jardín, con la intención de salir por la puerta trasera sin que nadie le viese. Estaba claro, era un cobarde.
Al cerrar la puerta se topó con alguien que había sido imprescindible en esa casa, más bien, su dueño. Se acercó a Jorge y le dio un gran abrazo, lo mismo hizo con la chica que estaba a su lado.
-Por favor, Carlos no te vayas- le suplicó Paola- todo lo que ha pasado solo ha sido un malentendido sin importancia.
-Para mí la tiene Paola, y mucha. Recuerda que estoy enamorado hasta las trancas de Sara y ahora, después de todo lo que ha pasado, no puedo ni mirarla a la cara. Tengo que irme de aquí lo antes posible.
-¿Dónde irás?- le preguntó Jorge preocupado. Siempre le había caído bien ese chico.
-Voy a casa a recoger todas mis cosas y a decirle a mis padres que me voy a Nueva York a empezar en septiembre la universidad. no quiero perder más el tiempo, ya lo he perdido bastante con decirle a Sara lo que siento.
-Carlos, recapacita, por favor. Piénsalo un poco más, puede que…
-Ya no hay nada más que pensar, Paola- le cortó Carlos- he tomado una decisión. Me voy.
-Te echaremos de menos, todos- le dijo Jorge volviéndole a abrazar.
-Y yo a vosotros- dijo Carlos dándole dos besos a Paola que lloraba en silencio.
Dejó de hablar con ellos y se echó a andar hacia la puerta trasera de la casa. La puerta estaba cubierta de enredaderas que hacían por ocultarla de la casa. Delante de la puerta había un columpio hecho de madera al que, Jorge le llamaba, el rincón de pensar. Les contó que siempre que se encontraba triste, deprimido o con la cabeza hecha un lío, se sentaba allí y se sentía mejor.
Carlos no podía salir por la puerta trasera del jardín sin pasar por delante de los columpios. Dobló una de las esquinas del jardín y aparecieron los dichosos columpios. Pero, había alguien sentado en uno de ellos. Era una chica de pelo rizado, suelto y marrón. Llevaba puesto un pijama de pantalón corto y camiseta de manga corta adornados con pequeños ositos con corazones. Carlos reconoció a esa persona enseguida y, sin hacer el menor ruido para que la chica no se percatase de que él estaba allí, adelantó un pie hasta llegar a ponerlo en el suelo. Pero, gracias a su mala suerte, pisó un palo y lo partió por la mitad haciendo que la chica de sobresaltase al oír el ruido y se girase para mirarle la cara al recién llegado. Sara se levantó en cuanto vio la cara de Carlos.
-He oído que te vas- le dijo Sara muy seria.
-Sí. Así que, con tu permiso, me voy- le contestó Carlos más serio aún.
Avanzó hasta la puerta pero la mano de Sara agarrando su brazo se lo impidió.
-No te vayas, por favor- le decía Sara- quería pedirte perdón por como te traté en el hospital. Estaba muy mal por la pérdida del…del bebé. Sabes que yo nunca te hablaría así.
-Pero lo hiciste- le dijo Carlos desviando la mirada.
-Lo siento- le dijo ella acercándose con la intención de rozarle la cara. Carlos apartó su mano.
-No juegues conmigo, Sara. Sabes que no me gusta- le dijo mirándole fijamente- no tienes que fingir algo que no sientes solo por pena, ya me dejaste muy claro en la clínica que no tengo nada que hacer.
A Sara se le humedecieron los ojos, hasta que una lágrima le resbalaba por la mejilla.
-Perdóname- le dijo ella.
Carlos abrazó a su amiga esperando a que el tiempo se congelase por un segundo. Pero era algo imposible.
-¿Sabes qué? Yo soy el que tendría que llorar- le decía Carlos- yo soy el del corazón roto.
-Lloro porque, aunque no sienta nada por ti, eres mi mejor amigo y no quiero perderte como tal.
-No vas a perderme. Ninguno os vais a librar de mí con facilidad.
Hubo un silencio en el que la pareja se miró y ambos recordaron momentos inolvidables que han tenido juntos.
Oyeron un pitido que procedía del reloj de Carlos. El sonido anunciaba que eran las seis de la tarde.
-Tengo que irme- le decía Carlos- mi autobús sale en media hora y, no puedo perderlo. Este no.
Sara sabía a lo que su amigo se refería con ‘’este no’’. Era el autobús que la llevaría hasta ella y, ese autobús ya lo había perdido.
Carlos abrió la puerta lleva de enredaderas y miró a Sara.
-Te quiero.
Y antes de que Sara pudiese decir una sola palabra la puerta se cerró y, con ella su relación con Carlos hasta un cierta tiempo.

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